Ruedan las ilusiones por carriles
de acero, sin detenerse siquiera, visualizando paisajes de verdes montañas, al
abrigo de riveras y valles; cargadas aún con el rocío de la mañana.
Ruedan los sueños en butacas
doradas, a golpe de risas, de ojos ilusionados, al chirrido de máquinas; en un
vaivén cuentan los minutos que les acerca, más si cabe, a una ciudad encantada.
Y en el aire, camuflado, un
viajero sin billete, viaja al compás de ese traqueteo obligado.
Es el destino que amargo y cruel
en él se ha instalado. Y como una lluvia de verano, las ruedas de este tren,
ahora, vuelan y con ellas las alegrías e ilusiones, la esperanza y las penas.
A falta de unos minutos, muchos
se quedarán en estos vagones, como centinelas de una nueva vida; ignorando que
han tocado tierra, porque en su último viaje, al final del camino nadie les
espera.
Descansen en paz y apaguen la
desesperación de quienes compartieron su vida.