Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

(Antonio Machado)

miércoles, 3 de abril de 2013


El arrojo de una colilla, su último humo perdido entre los cristales del amanecer, el cielo emborronado de día y limpio, limpísimo de noche, nos aturde con el resplandor de sus estrellas. El estremecer de su brisa en noches de primavera. Así, esa es su dulce espera, o miedo, no sé. ¡Un aluvión de preguntas caía sobre mí, sin apenas tiempo para procesarlas, matizarlas! Después con la llave de repuesto abro el cajón de mis miedos; mis ojos buscan sin parar, ya no vale la más adecuada, sino la que calce como un zapato o un guante. Y todo en menos de veinte segundos; lo demás es demora convertida en sospechas. Los aciertos pegados a la piel no entienden de llaves que abran puertas, a veces incluso con las llaves no soy capaz de encontrar esa puerta. Y otras muchas, con llave y puerta sólo consigo engranar para volver a correr sin encontrar luz sobre una mesa.
Al lado de tus preguntas deja encendida una vela, para que pueda llegar a mi destino, sin perder veinte segundos en encontrar la respuesta.

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