El arrojo de una colilla, su
último humo perdido entre los cristales del amanecer, el cielo emborronado de
día y limpio, limpísimo de noche, nos aturde con el resplandor de sus
estrellas. El estremecer de su brisa en noches de primavera. Así, esa es su dulce
espera, o miedo, no sé. ¡Un aluvión de preguntas caía sobre mí, sin apenas
tiempo para procesarlas, matizarlas! Después con la llave de repuesto abro el
cajón de mis miedos; mis ojos buscan sin parar, ya no vale la más adecuada, sino la que calce como un zapato o un guante. Y todo en menos de veinte segundos;
lo demás es demora convertida en sospechas. Los aciertos pegados a la piel no
entienden de llaves que abran puertas, a veces incluso con las llaves no soy
capaz de encontrar esa puerta. Y otras muchas, con llave y puerta sólo consigo
engranar para volver a correr sin encontrar luz sobre una mesa.
Al lado de tus preguntas deja
encendida una vela, para que pueda llegar a mi destino, sin perder veinte
segundos en encontrar la respuesta.
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