Y miraron de reojo, era
inconfundible. El silencio acentuó más si cabe el ruido de una maleta de mano
rodando otra vez y, ahora más que nunca, hacia un camino labrado apenas un mes
antes.
Y dejando en el presente una madre
incapaz de ofrecer otra cosa mejor, incapaz de abrir otra cortina por si hay
oscuridad o de empujar otra pared lindando sobre el filo de otro abismo, sin
pasaporte, ni tan siquiera para seguir un minuto más. Los cimientos ahora son
de papel empapado de lágrimas y aderezado de sentimientos dormidos.
Al rato otro ruido delató que el bus
se acercaba, no había duda, era el bus de la nueva vida, envuelto del calor de
los que se iban, no se sabe dónde, pero yo si sabía que en esta tímida estación
la que se embarcaba, no era una pasajera más, ¡no!
Ésta vez y sin saberlo era la
ilusión de vivir, la alegría de seguir adelante, así lo percibí, así lo acepté
y así me despedí.
Cuando de pronto sentí rodar otras ruedas, esta vez ya no se trataba de la pequeña y desengrasada maleta. Esta vez se trataba del destino, gastando asfalto, caminado sobre un presente cansino, agónico, con aroma a cerámica empolvada, con sabor a ladrillos muertos. Y al final, con sensación de un halo con olor a rancio de los que aún dormían en sus casas sin saber que fuera se cocía una nueva generación de jóvenes dispuestos a salir de sus camas y enfrentarse a la esperanza de un mundo mejor; sólo respirando, aturdidos, pero vivos. Esperando que el día abriese el firmamento para seguir caminando sobre unas aceras atolondradas.
Cuando de pronto sentí rodar otras ruedas, esta vez ya no se trataba de la pequeña y desengrasada maleta. Esta vez se trataba del destino, gastando asfalto, caminado sobre un presente cansino, agónico, con aroma a cerámica empolvada, con sabor a ladrillos muertos. Y al final, con sensación de un halo con olor a rancio de los que aún dormían en sus casas sin saber que fuera se cocía una nueva generación de jóvenes dispuestos a salir de sus camas y enfrentarse a la esperanza de un mundo mejor; sólo respirando, aturdidos, pero vivos. Esperando que el día abriese el firmamento para seguir caminando sobre unas aceras atolondradas.
Ahora mis pasos ya no delataban mi
presencia, ni mi respiración aturdía a los pajarillos, aún esperando las
primeras luces. Yo no soy nada, me siento como una esponja deteniendo humedad
para que nunca se le olvide que a veces, hay que arrastrar las miserias y
cargar con las memorias de un cerebro que te acompaña, adherido a tu piel,
troquelado por las heridas de la vida.
Y eso no ha pasado por ninguna universidad, ha pasado por la sabiduría de ver tu cuerpo inerte sobre una fría cama y unos robots reconstruyéndolo y tú mirando desde la ventana, impasible.
Y eso no ha pasado por ninguna universidad, ha pasado por la sabiduría de ver tu cuerpo inerte sobre una fría cama y unos robots reconstruyéndolo y tú mirando desde la ventana, impasible.