Mercedes Gallego - De la emoción perdida

martes, 4 de febrero de 2020

Ocaso

Las sierpes duermen la tarde

acurrucadas a la sombra de un olivo;

sus ramas desnudas velan su fruto olvidado

por no llevar en su vientre

el parné del señorito.

Otra noche más

hincarán sus huesos en la tierra;

buscando la sed del ocaso

en la tierra del olvido.

Y tú contemplando.

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“Un arroyo donde los chopos siempre están mecidos por el aire, por eso las zarzas que descansan, debajo del puente, sirven como tendederos improvisados. Las esparragueras nacen justo entre las grietas que delimitan el hierro oxidado y el hormigón corroído por el tiempo; la arena se hace fina en verano. El viento arrastra el fino polvo que meses antes han arrastrado la corrientes.

Como un tapón, duermen sin llegar a cruzar el arco que delimita la fresca orilla de la espesura de matorrales.

No, allí jamás me han dejado ir; sólo oigo el croar de las ranas y algún aleteo de torpes pajarillos.

Siempre con la mirada de lejos, nunca con los pies por el suelo”.

"El envoltorio yace desnudo; sólo un paño blanco cubre el escaparate donde otros miraban. El silencio recorre el sentimiento de otros envoltorios, aún pellizcándose para saberse con vida.

Inmortales de mente, merodean en un camino de sombras, buscando la casa del alma para reposo de los que siempre duermen.

Quiero bucear en el secreto de los siglos, patentar el sosiego de los desfallecidos, adentrarme en la autopista de nuestras arterias y encontrar el secreto por el que todos suspiran".

“Dentro de mi pensamiento hay una vida olvidada, un lecho dormido, una flor marchitada. También hay soledad apaciguada, un destino escrito, una decisión mal tomada.

Hoy avanzo sin camino que me enseñe, sin mi enciclopedia acabada; veo el mismo sol y respiro el mismo aire.

Leo en los ojos de quien me cruzo, escucho mi conciencia, volviendo a ser la otra, que quizá la vida esperaba.

La página de un libro, tal vez olvidada.

La pasión de mi juventud malherida, plantada sobre hilos de seda, para tupir de ilusiones mis lágrimas derramadas”.

“No quiero medicamentos para mi agonía, no quiero médicos de bata blanca para encauzar mi vida, no quiero pócimas amargas que destrozan mi paladar, ni, tampoco, quiero sondas que atraviesen mi intestino.

No quiero que llenen mis venas de corticoides para ver el infinito, ni visitas extrañas en mi habitación llenas de compasión, hundiendo mi ego hacía el abismo.

Ni quiero curas rezando plegarias sin sentido, recordándome de donde vine y a donde voy.

Yo no necesito eso.

La química se adueña de cuerpos destrozados, nublándoles el cerebro, borrándoles la memoria, haciéndoles más inútiles; cuando el remedio se concentra en un solo sorbo de cariño.

En una palabra bonita, en un verso de Machado”.

"La sensibilidad me deshace en mil pedazos, todavía siento cómo se desmoronan las columnas de los monumentos cuando mis manos acariciaron sus fachadas y siento cómo seres del más allá vigilan mis pasos; me miran.

Observo que ya no soy yo; alguien se ha adueñado de mi vida y de mi cuerpo, que soy el resultado de algún experimento.

Necesito respuestas que me hagan reflexionar, comprender; decirme a mí misma si obro bien o estoy desbocada a un camino incierto, donde los remolinos de las turbulencias, incapaces de controlarse, me desbocan cada vez más hacía el abismo".

(Esta reflexión surgió días antes del reencuentro que tuvo lugar el día 18 de agosto de 2012, de los que fuimos alumnos de la Escuela-Hogar "Valdeoliva" de Monte Lope Álvarez): "Mañana vamos a ser testigos de un gran acontecimiento, algo que muchos de nosotros llevamos en nuestro corazón desde hace muchos años. Con nuestra presencia daremos vida a un internado yermo y agonizante.

Traeremos la alegría a un pueblo que quedó huérfano de lo más esencial, el bullicio de unos niños ávidos de cariño y de unas voces que se confundían con el cantar de los pájaros al atardecer, dando paso a esos inviernos donde el sonido de la fábrica de aceite nos recordaba que estábamos rodeados por los mejores olivos de la provincia de Jaén.

Nos faltará en la entrada al comedor, el viejo tronco que labrado por manos expertas, ponía: "olivareros Dios os dé eneros de aguaceros". Una vez más, invocando al “dios lluvia”, para engordar el delicioso fruto que alimenta a un pueblo dedicado, casi exclusivamente, al campo.

Una época en la que los domingos se vestían de gala; llenando sus calles de niños dispuestos a gastarse un duro en el quiosco de "Antonio el de la Barranca", por supuesto, después de la obligada misa.

Completaremos un gran puzle recordando nuestras aventuras y juegos. Para cada cual habrá un verbo que conjugar en cualquiera de sus tiempos y modos; el mío será un popurrí de todos. Yo reiré, tú recordarás, el mirará, nosotros jugaremos, vosotros disfrutaréis, ellos soñarán".