En un día cualquiera, da igual el año,
siempre estará allí;
vigilado por hermosos olivos, rodeado de parajes preciosos.
No me preguntéis, callaos,
que no se entere nadie, que no turben su paz.
Me gusta contemplar su escondite
…casi estoy y no le veo.
El corazón me echa chispas,
¡lo siento como mi pueblo!
quiero llegar y no llegar,
contemplarlo, odiarlo, desearlo,
avanzar o quedarme en medio,
algo me atrae,
El sonido de sus gentes,
o tal vez el frío helado del invierno.
Algo turba mi mente,
¡si ya estoy en la curva!
me lo recuerdas portalón,
sé que un día tuviste vida.
¡Ay! que suspiro se me escapa,
es entonces cuando el sonido se interrumpe,
es el murmullo de las madres
que sollozan en silencio.
Ya hemos llegado…”portaos buenos”
Este pueblo escondido,
donde Dios pegó los siete gritos,
nos acogen, nos miman,
aliviando nuestros sufrimientos;
es la sencillez de sus gentes
que nos miran con cariño.
Te quiero pueblo mío,
acuérdate de mí cuando me vaya.
¡Ay! Monte Lope,
cuando pase el tiempo,
y el internado no tenga vida,
quiero venir a verte,
acariciar las ramas de tus olivos.
Sintiendo en mi alma
el mismo trato que me diste,
respiraré el mismo aire,
me abrazaré a tus calles.
Tocaré a las puertas de las casas
para que la gente me brinde compañía;
correré hacía el Pedroso,
querré ver Fruteros,
por la calle de tu farmacia
perderé mi último aliento,
llegaré hasta el campo
y me tumbaré en silencio.
Allí encontraré la compañía
del olor a tierra, perfume de flores
y tacto de terciopelo.
¡Ay pueblo mío cuanto te quiero!
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