Ahora que te vas, no te olvides
de enjaretar el lienzo que cubre mi pecho, remete la manta entre las piernas y
acomoda mi brazo, este brazo el cuál no me responde; pero mi cabeza, buscando
siempre el lado izquierdo se alborota al pensar que no haya almohadas donde
reposar mis silencios.
Tú lo controlas todo y esa
palabra “juventud”; inundó un día, hace mucho tiempo, la sangre que me ardía
por dentro y esta mente. No sé si lo aprecié o simplemente pasó volando, como
aves migratorias, respetando un ciclo que ahora añoro y antes por no apreciar
ni las veía, sin pensar en el destino que más tarde de mí se adueñaría.
No te culpo tiempo mío, de
encontrarme llenando un espacio que palpo y no me corresponde, sintiendo en mi
cabeza un zumbido ensordecedor hecho a
fuego suave, entretejiendo marañas, donde antes las desenredaba y ahora, a
fuerza de no luchar, su puerta queda anulada.
Vivo en el presente de un minuto,
en la cuerda que traba mi destino, en el clamor que a los demás se les escapa y
en el aire que me sirve de amigo.
Ya no contemplo el amanecer, porque de otros es ahora su dueño, ni anocheceres que toquen a mi ventana porque hermética me contempla sin pausa. Las luces que vislumbro, son sombras discretas, artificiales, pensadas y descabezadas, como eterna sabiduría, envidiadas por poetas que de noche pensaban y de día dormían. Había mujeres que, a las luces de los candiles, hilaban, otras cosían. Siguiendo tradiciones, ahora perdidas, en una eternidad dedicada y una vejez mal avenida.
Ya no contemplo el amanecer, porque de otros es ahora su dueño, ni anocheceres que toquen a mi ventana porque hermética me contempla sin pausa. Las luces que vislumbro, son sombras discretas, artificiales, pensadas y descabezadas, como eterna sabiduría, envidiadas por poetas que de noche pensaban y de día dormían. Había mujeres que, a las luces de los candiles, hilaban, otras cosían. Siguiendo tradiciones, ahora perdidas, en una eternidad dedicada y una vejez mal avenida.
Siento no haberme ido, pidiendo
perdón por ocupar un espacio, tal vez de otra adolescencia que ahora no esté
viviendo, porque a golpe de tierra, hace tiempo que la estén pudriendo. Me
culpo de no vivir y ser el vivir, el que se ha adueñado de saber inhalar un
suspiro.
¿Y ahora qué hago yo? comiendo
sin sabor, observando mi mano izquierda inmóvil y mis piernas, calladas,
esperan una caricia que me erice la piel, ahora dormida. No hay segundos que se
arrodillen para pedir perdón por ahogar mi desesperanza, sin un bastón donde
agarrarme.
Esa parte de una existencia
prestada, alquilada y vigilada por quienes se rompen sus cerebros jugando con
una especie enloquecida por buscar el elixir de la eternidad. Si no, dime tú,
para que existe el llanto, si mis ojos se han secado en la noche más
ennegrecida.
Sólo el aleteo de una mariposa es
capaz de alzar mi mirada y contemplar la locura que se instala en mi mente. Ya
no soy capaz de gritar, sólo espero ese crujido en un instante, vestida de
energía, forzando un volver atrás
repleto de incertidumbre y miedo y frío en la senectud de mi último
recuerdo que ha marcado mi vida...