¿Adónde
va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
(Dámaso Alonso)
Y volvieron a ir a por agua,
siguieron la misma senda,
se cruzaron con los mismos matorrales,
indagaron en las mismas cuevas que partían el camino.
Un día y otro día,
todos los días del año,
todos los años con sus meses,
y allí estaba,
rozando la perfección,
siendo una mente privilegiada,
tocando el trono con el leve gesto
de quien todo lo sabe y nada lo alcanza.
Y ahora esa mente le pide permiso al alma,
y el alma no habla, ni se alimenta de fracasos.
Sólo el tiempo pasa y no envejece,
ni le salen arrugas que hundan su mente,
ni tiene comprados nichos de hormigón, con lápidas de granito,
hiriendo en sus losas grabados de latón,
acompañados de cirios eternos reguardados por plásticos de colores.
Haciendo de su llama un baile perfecto...
no, no; él no es de este mundo.
El mundo se rinde a sus caprichos y él se ríe de este mundo.
No miente, ni escucha,
se hizo sordo en el pasado y fuerte en el presente.
No indaga porque lo sabe todo,
guarda secretos a voces y luego se desnuda,
y va y viene, resopla en silencio,
sabe que no existe el sol apagado,
que da igual,
así lo sentencia y se resiste,
se jacta del mar de las flores,
de los árboles sin ramas,
del fuego que todo lo devora e implacable lo contempla,
de los terremotos que hacen heridas en la tierra,
de la niebla que ciega los ojos de los mortales,
come a escondidas, devorando, robando, maldiciendo,
hincando su daga en campos de acero,
olvida porque no retiene, no llora porque no siente,
no espera porque ni escucha, ni ve, ni oye, ni sabe de desgracias,
ni de alegrías, ni se baña porque no huele.
No hay virus que acabe con él,
ni humano que no lo defienda.
Porque es nuestro maestro,
de él aprendemos, dejando legados a los sucesores del misterio
...ahí tenéis para pensar.
Para olvidar y emborrachar vuestras ideas,
tontos, idiotas, fracasados, ignorantes,
ciegos de todo y ávidos de un
interés.
Podridos bajo los cimientos de su furia,
bajo el regocijo de sus carcajadas, ablanda el camino
y nosotros los ricos, pobres y mal nacidos,
con trajes o harapos, desnudos, con hambre, sed,
comidos de miseria nos seguiremos arrastrando,
soportando su insolencia,
comiendo de sus sobras,
tapándonos con la oscuridad de su noche,
y muriendo, alimentando su agitada tierra,
esa que lo acobija y le manda abogados,
y jueces, constructores y albañiles, criados y vasallos....
Todos rendidos a la falda de sus laderas, al vasto suelo,
y sin embargo....
dormimos soñando que pase lento o pronto.
¿Qué más da?
unos programan su muerte,
los demás se impacientan por ella.
Y sólo los luchadores alzan sus manos apartando el lodo que los entierra.