Eres hueso,
del fruto de una tierra labrada.
Agarrada al árbol de la vida,
bebiendo de su sabia.
En este paraíso fructífero,
donde anidan raíces,
dejaste huellas anegadas
y una yunta
esparce el polvo
al calor del destino,
ara que ara.
En la era de la plenitud,
fuiste tú
quien encendiste la llama.
Ahora hay amor y cenizas
que nadie reclama.
Eres piel tornada de rosa,
refugio de venas dormidas
en una carne flácida,
escaparate de la vida.
Sobre una cama esmaltada
tus horas no tienen tiempo,
ni el tiempo sabe de horas.
Mientras
la polea sube y baja
entre la vida y la muerte.
La vida te aclama,
la vida te usa,
la vida te escupe
sobre cortinas de rayas.
La tierra te da de comer,
la tierra te pudre,
engendra y prepara
lechos de margaritas;
flores todas.
Enraizando otras llanuras
levantando fértiles polvaredas,
de sol y lluvia.
Renaciendo en otras semillas,
para tú quedar olvidada.
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