En una sociedad
acostumbrada a sobrevivir con las miserias de quienes se alimentan de la
audiencia, cuando el pecador es un personajillo; las leyes se hacen obsoletas,
siendo el pueblo quien pide la condena, ¿para que vagar por calles de cera?
Luego avivan los
juicios y las horas de audiencia multiplican el clamor, como en una prehistoria anunciada, las calles
estrechas vuelven a tomar protagonismo, austera y sin fianza, resguardada solo
por la sentenciada callada.
Las babas caídas de
quienes inmóviles se regocijan, llenan ríos de venganza en busca de emborrachar
sus almas con el dolor ajeno. Los árboles caídos por falta de raíces nunca
brotarán de nuevo. ¿Qué alma pecadora no ha buscado la soledad de la noche para
ahogar sus penas?, ¿cuantas botellas de alcohol ruedan por las cunetas vacías,
dejando estómagos enfermos, donde su líquido nubla la mente y así poder olvidar
la incógnita que les ciega?
Y quienes no lo
hayan echo; debajo de sus camas amontonan pesadillas embadurnadas de lloros y
la mopa que barre y friega, sólo recoge pelusas de rencor.
¿Luego dime tú? si
esos ojos encarnizados, derramando odio en portadas de periódicos; si podrán
dormir, aunque sepan que de nada sirve su lucha, si no para avivar la llama, en
una España cotilla, que con sólo la ansia de verle entre rejas, cambian las
leyes de los textos por carnaza y así, seguir alimentando la animadversión de
miles de fieras.