Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

(Antonio Machado)

lunes, 3 de febrero de 2014

Volví a Madrid (Camino de Soria)

“Volveré a Madrid,
 tal vez
 un día sin prisas”

Volví a Madrid, mucho antes de lo que esperaba, pero esta vez no para ver volar aviones sobre nubes heladas, ni para ver caer lluvia sobre cien monumentos. Ahora sólo volvía para poner en orden un pasaporte donde dijera, “ábreme camino, déjame ver tus entrañas, demuéstrame la hospitalidad que te engrandece y nunca te rías cuando paseé con el cuerpo ligero y la mirada desbocada”.
Ya faltaba poco, era fácil de intuir; rótulos anunciando el consumismo que reciproco nos aturde en pueblos y ciudades. Edificios de colmenas humanas, albergando temores y sentimientos de miles de familias, como en cualquier ciudad de España. Y más adelante, obras inacabadas, ventanas de dormitorio con persianas bajadas.
De vez en cuando miraba al cielo, buscando la curiosidad de verme en otra tierra, pero, ¡era Madrid, la capital de España!, el respeto por unas gentes que acogen sin preguntar a millares de razas.
Y por fin las puertas se abren, bajando pies y cuerpos donde ¿que importan las caras?
Ahora el tiempo apremia y hay que buscar otro medio de transporte que nos lleve a otro autocar para retomar la marcha.
Las horas corren que vuelan y pararse a preguntar es sentir cómo el aliento es sorbido, dejándote la mente en ascuas. Demasiados pensamientos fuera de un cerebro, que lo más angustioso que ha vivido (hace más de tres décadas) ¡se lo comió la ignorancia!
Lo mejor ir detrás de la gente o mejor detrás de los píes que decididos inician su marcha. Y así en medio de tanta confusión dos veces subimos y bajamos las escaleras mecánicas, no sin antes dejar paso para los más intrépidos, que a empujones, se hacían hueco entre dos pueblerinas escasas de equipaje; pero desbordadas con el retorno de un  eco retumbante.
El metro, una carrera contra reloj donde todos corrían.
Y a falta de curiosidad un guardia nos ayuda a sacar el billete de la locura. Este hombre jamás olvidará las caras de dos catetas desencajadas.
Por fin y por pasillos con sabor a sauna, ya no era olor a gas-oil. Ahora el aire estaba pulido, el tiempo se comió los gases y metió la civilización en una autopista, donde hay más gente mirando techos que mirando cielos. Mientras sólo un tímido ruido nos alerta que el metro avanza.
Un hombre ante mis tambaleos me deja asiento, dejando claro que la caballerosidad todavía existe y menos mal; porque la adrenalina de mi cuerpo era capaz de apagar el fuego y derretir la nieve de una montaña.
La salida es espectacular, entre obras y escaleras mecánicas. Los pies corren hacía otra ventanilla.
Luego la luz del cielo; saliendo por túneles dónde sólo caben dos píes por tierra y dos manos a la cabeza.
¿Dónde está Soria?
Una ciudad encantada, cuna de mil versos de Machado. Inundada de cultura y envidiada por acoger los recuerdos de un poeta enamorado.
Llegar fue comodidad sosegada, paz y tranquilidad. Era como si nunca hubiese salido de casa y acababa de llegar a otra ciudad para hablar y ser escuchada.
Como dos turistas sin billete; viviendo la experiencia de ver calles y avenidas. Edificios culturales: amigos de mis locuras en horas de pausa, contemplación y mesura.
Dónde las callejuelas estrechas se llenaron de lluvia y las esquinas de nostalgia. Rodando por aceras, topando con adoquines centenarios.
Nieve al despertar; campos tiritando de frío y nuestros ojos batiendo el viento en busca de respuestas que de una vez y por todas, nos den una oportunidad en otro enero. Porque de éste sólo quedan las cenizas de una agonía avanzada.
Adiós Soria bonita; en tus calles he dejado mi aroma, mis pasos. He dejado mis sentimientos y las risas que me delatan.
También he dejado una nota para pedirte un beso y permiso para volver mañana. 

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