Qué nadie me hable del mar,
porqué en él
no nada mi esencia.
Qué nadie me hable como surcar los cielos,
porqué volar,
nunca ha sido mi experiencia.
Qué nadie me hable del norte,
qué no hay huellas
qué delaten mi presencia.
Qué nadie me hable de vientos
qué sólo de brisa
yo me alimento.
Qué me hablen del olivar,
de eucaliptos al viento
del blanco de las fachadas
de las piedras del arroyo
de las gramíneas de las huertas
de los ladridos de los perros
del rebuznar de los burros,
del gruñido de los cerdos,
del cacarear de las gallinas
y de las tardes de silencio.
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