Escoltada de amistad,
adornada por la luz de la tarde,
regando de perfume las aceras
la calle era la razón de mis sueños.
Centinela al caer el día,
con el zurrón cargado de hambre
preso de la noche más oscura,
confundida con mechones de tus cabellos.
Apostado cómo un naufrago,
esperando el amainar de sus olas,
cada día y cada noche,
eras la razón para vivirla.
Ordeñando los puntos y las comas,
prendido de ti, ¡amor!
¡Huí a toda prisa!
deslizando en tus manos mis versos,
supe que eras la pasión de mi vida.
Ensangrentado de dolor,
buscando una cura para mis heridas
nunca hallé tanta calma,
al roce de tus manos con las mías.
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