Todavía siento como mi cuerpo se
estremece, al recordar tanta belleza, tanta paz, inmensa paz que me inundó
cuando contemplé el maravilloso espectáculo, de esas vistas impresionantes, de
esas luces al anochecer.
Sentí como mi cuerpo adsorbía
toda esa belleza, almacenándola, desgranándola, sentí cómo las piedras de los
muros anhelaban mi compañía. Toqué sus piedras con la punta de mis dedos, me
abdujeron a otro tiempo, podía escuchar el trasiego de aquí para acá, escuché
voces del pasado, gente alborotada.
Estaría yo agazapada, inmersa en
mis pensamientos, traspuesta de tanta belleza; mis pestañas incapaces de
parpadear secaron mis ojos que no paraban de mirar. Absorta, casi al borde del
desvanecimiento, me olvidé quién era y que hacía yo allí; amo el arte, la
belleza, la vida, ¿y yo, dónde estaba?
Quiero dormir aquí arriba, ver
cómo se esconde el sol, despertarme con el amanecer, abrazarme al nuevo día,
acariciar con mis pies la ternura de sus losas, aprender a tocar con mis manos
y amar, hasta que sienta como se estremecen los jugos de mi cuerpo, dejándome
malherida.
¡Qué más da! ya no existe más
placer, ni paz, ni armonía; todo está concentrado, allá, en ese cerro, en esa
colina.
¡Qué inmenso paisaje desde el
castillo Santa Catalina!
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