Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

(Antonio Machado)

jueves, 6 de septiembre de 2012

Castillo de Santa Catalina


Todavía siento como mi cuerpo se estremece, al recordar tanta belleza, tanta paz, inmensa paz que me inundó cuando contemplé el maravilloso espectáculo, de esas vistas impresionantes, de esas luces al anochecer.
Sentí como mi cuerpo adsorbía toda esa belleza, almacenándola, desgranándola, sentí cómo las piedras de los muros anhelaban mi compañía. Toqué sus piedras con la punta de mis dedos, me abdujeron a otro tiempo, podía escuchar el trasiego de aquí para acá, escuché voces del pasado, gente alborotada.
Estaría yo agazapada, inmersa en mis pensamientos, traspuesta de tanta belleza; mis pestañas incapaces de parpadear secaron mis ojos que no paraban de mirar. Absorta, casi al borde del desvanecimiento, me olvidé quién era y que hacía yo allí; amo el arte, la belleza, la vida, ¿y yo, dónde estaba?
Quiero dormir aquí arriba, ver cómo se esconde el sol, despertarme con el amanecer, abrazarme al nuevo día, acariciar con mis pies la ternura de sus losas, aprender a tocar con mis manos y amar, hasta que sienta como se estremecen los jugos de mi cuerpo, dejándome malherida.
¡Qué más da! ya no existe más placer, ni paz, ni armonía; todo está concentrado, allá, en ese cerro, en esa colina.
¡Qué inmenso paisaje desde el castillo Santa Catalina!

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