Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

(Antonio Machado)

sábado, 3 de noviembre de 2012

Zocueca


Zocueca de mi vida, de mi niñez más pausada. Cuando camino por tus senderos me reconocéis hasta en mis pisadas, abriendo vuestras veredas, vacías, olvidadas; ofreciéndome el calor de vuestra agonía, hoy sin nadie que desbroce el ardor de tus ramas. Aún y así, siempre, me esperáis, sabiendo que, hasta de vuestro aliento, se alimenta mi alma.
Vuestros árboles se mueven con el viento, acercándome un brote de raíz o una hoja agonizante.
Así lo percibo cada primavera o cada tarde de invierno, sorteando caminos; enfermos de barrizales rojizos que ensucian el paisaje, pero engrandecen vuestros corazones. Aguantando rayos de frío, densas nieblas, bajo un techo de ramas.
Acariciando el cielo, ¡qué bonito! ni siquiera la tenue luz, enmascara un paisaje que se adentra en las Huertas de San Vicente, dando paso a la de mis ancestros. De grandes llanuras, iluminadas por arroyos de agua limpia, chopos gigantescos, donde el mirar de golpe te enrojece la cara.
Algunos aperos de labranza, sueltos entre mojones de tierra labrada, me recuerdan los montículos de nidos de hormigas, avisando que las dulces lluvias han entrado en sus moradas.
Luego con la entrada del día, todo brota como de la nada; dando paso a las voces de los huertanos, llamando a sus yeguas para poder aparejarlas. Cargándolas de legumbres, otras veces de alfalfa; que calmará estómagos de animales en inviernos secos y faltos de pastizales.
Hoy son pasillos estrechos, higueras inaccesibles, tristemente olvidados por hortelanos que perecieron sin traspasar su legado.
¡Qué se lo coma el pasto! ¡Qué aniden fieras!
Ya nada es igual, ya todo ha pasado; sólo yo en mi caminar, te sacaré versos en tardes de lluvia.


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