Hoy he notado noviembre en mi carne y en mi cuerpo; he
sentido que hay que andar de nuevo y nunca sobre las mismas pisadas, esas ya
están borradas.
Tan sólo queda un pequeño rescoldo de lo que era el camino
de las vacas, abrazado por enormes lentiscos y esparragueras, esperándome en
primavera.
Sí, ya no queda nada y lo que era el gran pastizal, hoy es
un manto de piedras blancas, erosionado por treinta y tantos años de arroyos,
fluyendo.
Ahora sólo, algunos curiosos bajan; no sé a que. Sólo ven un
pedregal; dejan sus bicis en el camino y bajan con mucho cuidado, surcando
malezas, saltando alambradas. Ya no hay nada que guardar, sólo son unas
imágenes en mi retina.
Me recuerdan aquella niña de botas marrones, corriendo entre
gramíneas con los brazos abiertos, sabiéndose observada por los aldeanos del
lugar. Y admirada por los ojos de su padre que no da crédito cuando la llama y
ella contesta con versos cantados al aire.
Tenía seis, siete, ocho, o tal vez nueve años, ¡qué más da!
Fueron los más felices al lado de mi padre.
Después la conciencia se me nubla y no recuerdo más.
El espectáculo
despierta cada mañana
cuando el ganado
rompe el silencio,
como hormigas en
hilera
atraviesan campos
enteros,
surcando lentiscos,
juncos y pastos;
allí les esperan
bocados
de hierba fina,
pisar fuerte y viento
helado.
En la lejanía os veo,
lentamente, despacio.
Horas aguantando
nubes,
pisando charcos.
Alguna que otra
siesta,
rumiando, siempre,
sin descanso.
Al regresar por la
noche,
solas sin dueño.
Sobre vuestras mismas
pisadas,
directas al establo;
pisadas hechas por
generaciones
de bestias cargadas
de serones
con frutos de los
campos.
Ahora sólo espero el
sonar de las cadenas
golpeando sobre el
hormigón descarnado;
es el dormir de una
niña
que se despierta
llorando.
Esperando el nuevo
día
que atraviese su
ventana
de viejas maderas,
sobre rendijas
apolilladas,
de crujidos sin
sentido
atormentando su alma.
Sólo entonces
descargaréis
vuestras grandes
ubres de leche,
recién ordeñada.
Esperadme,
antes de que
regreséis
de nuevo a los
campos,
antes de que venga mi
abuelo;
pues vuestro amo
ha muerto soñando.
Un dulce toque en el
lomo
ilumina mi vida,
de ver a un animal
con cara de pena
y caminar cansado.
Me llevo el suave de
tu tacto,
el olor de tu pelo,
y el mirar de tus
colores;
siempre blanco sobre
negro.
Y el recuerdo de un
padre
que duerme sobre mi
pecho.
Donde quiera que se encuentre, estará muy orgulloso de tí.
ResponderEliminarM.R.