Detrás de un seto,
pequeño,
perdido entre sombras
se escondían los secretos
que el aire dejaba a su paso.
Unos estaban frescos
como los brotes de frutos de
temporada,
otros pudrían el suelo,
abonando tierra
y dando vida a famélicas lombrices
olvidadas.
Sin embargo,
gustaban de ir andantes
de lugares extraños,
venidos de todas partes.
Eran fanáticos del más allá,
de lo esotérico;
escarbaban en las huellas que
dejaban sus pisadas,
retorcían el soplo del viento
exprimiendo el suspiro frágil que de
él salía.
Todo por un secreto,
todo por apoderarse de lo que nadie
sabía;
intuían que el elixir de la vida,
calcinado, inservible,
podría fluir en el halo de su último
aliento.
Gastando sus calzados errantes,
volviendo donde vuelan las hojas sin
destino;
aprendiendo que los secretos
ya no son secretos
si hay alguien que los custodia.
Volviendo donde la noche es noche
y el día, día.
El cielo es azul y el río va y viene
pero nunca olvida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario