No era un día gris,
ni una ciudad sin gente; sin embargo desde los primeros albores ya olía a
tierra mojada. En cada pisada se me aceleraba el corazón; en cada golpe de
claxon, un sentimiento adivinatorio guiaba mi instinto.
Serían mis
últimas horas al lado de la sabiduría, mi último sueño y mi última conversación,
¿a quien le importa un cerebro libre de
pecado?
Su andar
encorvado, su cara plácida, su sonrisa picarona y sus ojos chispeantes se embellecían a golpe de música. En medio de
un oasis de extremo estío, dando el único toque que atormentaban las primeras luces que sin pedir permiso se
colaban por las rendijas de unas persianas treintañeras.
Siento que me
acorralan, me esperan, me encienden en un mar de dudas y sinrazones. Un
servicio se acaba de enturbiar, otra vez por los intereses rancios, que a base
de mandar desde la oscuridad, empañan un trabajo
recién estrenado. Unas
sensaciones únicas de describir algo que pasa por nuestra vida como una estrella fugaz.
Y así sigue
pasando el día, rematando una faena que libre de una solución se acerca hacia
una catarata embravecida.
Sólo unas
aceitunas verdes son testigo de esa despedida o ese clamor. De rabia se me
encienden los ojos, de ardor me sudan las palabras. Ya no escondo mi rostro y
hasta siento hervir mi sangre apartando nubes de fina lluvia entre tanta palabra
falsa.
Y allí siguen las
aceitunas verdes, la copa de cerveza y el chocolate templado, igual que el
tiempo, igual que mis manos, igual que las únicas miradas que de lejos impasibles observan unos sentimientos tan desgarradores como el tímido silencio.
Y miro de reojo; ya sólo queda la esencia de unas aceitunas en un plato vacío, una copa adornada de espuma y un vaso empañado de
angustia y pena.
Hubiera destrozado
paredes y suelos, hubiera rasgado las cortinas de las ventanas y hubiera
arrancado hasta la picaresca de quien desde lejos nos mandan.
Todavía siento el
calor apretado, sincero, mimado de sus manos y, hasta, esas calles que nos vieron
pasear se han convertido en caminos
agrestes y solitarios.
No, no me mandéis
más que aún en mi mejilla percibo la caricia de su beso.